No sé si queréis saber. No sé si quiero enseñar.

No sé si será que estoy equivocado como decían los médicos o si será que salvaré a cientos de miles, como decían mis sueños. Os pido mientras que no me toméis por loco. Si lo estoy, seguro que yo seré el primero en tenerles informados. Tírenme con silla y todo al cubo de basura y celebren como no celebraron nunca. Y yo reiré de purita alegría desde la mierda. Mientras tanto, lean con los ojos bien abiertos igual que los ahogaditos.

lunes, 8 de agosto de 2011

La batalla y la reunión.

Ha sido una reunión larga... pero debo seguir escribiendo. Además no quiero pensar en ella.
Uno nunca sabe. Ahorita puede dejar su huella y mañana mismo se las borran.
Como decía antes... sí, como decía antes, nuestros héroes sobrenaturales se enfrentaban a los crueles bankeets que más parecían pequeños dioses aztecas que grandes demonios. Y los nagishi voladores estaban picoteándose entre ellos, como aturdidos, no hacían nada, y todo esto gracias a que Blanca Cueto, la Matagigantes, los controlaba con gran esfuerzo gracias a las bolas de los monoi. Estaba al lado su Enrique y la guardia de los muertos, con Rodrigo controlándolos desde su caballo.
Nuestros caballeros de córceles de carne y de metal esperaban en los flancos y los que estaban armados a veces disparaban.
El ejército de la mano vacía entonces comenzó a pasar a la carrera con los cuerpos agachados como si corrieron ocultos en un maizal en dirección al enorme y blanco molino, estilizado como la hélice de un barco e inalcanzable como una pesadilla: nuestro objetivo.
Pero entonces reaccionó el monoi con un rugido que despertó incluso a Brau. Se agarró a mi brazo y me dijo: "¡Ha cambiado!". Y había cambiado. Desplegó unas enormes alas que levantaron la hoja y el polvo ya avivaron las antorchas. Se elevó en el cielo y supimos que había recibido una orden porque después de alcanzar su cenit comenzó a caer en dirección a Blanca. Rodrigo gritó: "¡Hasta la muerte!" y se puso delante de Blanca. El caballo se encabritó y estuvo a punto de tirarlo. Sus fieles temblaban, sus manos hacían temblar sus machetes, agujas frente a la montaña alada que les caía encima.
Ni siquiera yo, desde la colina, pude ver el relampago azul que salía de la batalla como la estela de un heraldo divino, no hasta que estuvo junto a Blanca, que seguía con los ojos cerrados. El monoi pasó junto a Rodrigo y su espada como si no estuvieran, mandándolos al suelo como si fueran paja. Abrió la boca para acabar con Blanca pero ese relámpago azul se hizo persona, se hizo Rolando cortando con su espada ardiente. No pude ver más que una explosión y el monoi gritó y se llevó a Rolando en sus garras. Íntentó morderlo pero recibió otro golpe de la espada y volvió a gritar y lo lanzó desde más de cien metros. Rolando cayó provocando una gran explosión. No pude aguantar más y espoleé mi caballo hacia allí. El monoi, el dragón, volvía a lanzarse desde el aire como si quisiera zambullirse en el cráter de la caída de Rolando.
Pero Rolando ya no estaba solo. Rebeca Goyri estaba en pie protegiendo su cuerpo, con el arma steampunk descansando en su mano. Levantó el brazo mecánicamente. El primer disparo impactó en el hocio del monoi e hizo que extendiera sus alas para detenerse. El segundo le dio en el pecho e hizo que se sentara en el suelo. El tercer disparo hizo que cayera hacia atrás. Rebeca dejó de disparar. Corrió por el costado del dragón mientras éste intentaba levantarse, aturdido y temblando. Apoyó una pata en el suelo para levantarse y vi que Rebeca rodaba por el suelo para no ser aplastada. Desde allí levantó el arma de nuevo y disparó en la cabeza del dragón, que salió impulsada hacia un lado como si un semejante lo hubiera pateado.
Hizo un gesto con la cabeza como si fuese a vomitar. Rebeca intentó disparar, pero su arma hizo clic.
Salí de mi estupor y espoleé el caballo para recogerla, sin saber lo que sería de mí si caía del caballo. No pude ni recogerla. El dragón se movió hacia nosotros y sólo atiné a tapar los ojos de mi montura para que no huyera y así seguir cubriendo a Rebeca.
Oí y noté un golpe en el suelo, tremendo, como si una casa hubiese sido dinamitada.
Abrí los ojos y allí estaba el cuello y la cabeza del dragón, muerto a nuestros pies.
Rebeca me miró y creo que me saludó con la cabeza, pero no pude verlo bien. Luego salió corriendo hacia Rolando que seguía inmóvil.
Me di cuenta de que había dejado solo a Brau demasiado tiempo y, aunque me remordiera dejar a Rolando malherido decidí volver.
Me contó todo lo que me había perdido. Blanca debió caer al suelo y quizá perder la consciencia porque todos los nagishi se había lanzado al ataque. Agarraban a los hombres y los tiraban por los aires o les mordían el cuello y la cabeza. Algunos disparos los detenían y algunos machetazos los mataban, pero su ventaja era demasiado clara. Detuvieron incluso el ataque por el flanco de los motoristas. Lo controlaban todo. Estaban acabando con nosotros y nuestro ataque.
Desesperado, le pedía Brau que hiciera algo. Se apoyó en mi mano y cerró los ojos, buscando también él, controlándolo todo.
Mientras tanto, los soldados del verdadero ejército se situaron en un círculo en pleno centro de la batalla. Levas y manos vacías los defendían del ataque por tierra de los bankeets mientras ellos, rodilla en tierra, apuntaban al cielo con sus gafas de visión nocturna y disparaban a los nagishi intentando conseguir un poco de oxígeno, un descanso.
La sangre ya comenzaba a concentrarse en pequeños riachuelos que descendían por la colina.
Pensé que quizá Brau había intentado despertar a Blanca, pero su plan era mucho más ofensivo.
Coordinó a varias personas a la vez, como supe más tarde, para un sólo ataque.

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